lunes, 18 de marzo de 2013

Domingo

Cayó, rompiendo en un estallido, una taza al suelo. Un grito rompedor revotaba en las paredes mientras dicha taza daba vueltas hasta parar, como impulsada por el mismo ruido de aquella garganta, y descansar sobre el frío suelo. Resvaló una lágrima por aquellas gastadas mejillas, y un cúmulo de piernas se movieron rápidamente en busca de una respuesta en el lugar donde había ocurrido lo inesperado. Ella estalló, como con las piernas temblando, como con el alma colgando de sus pies, intentando huír de su cuerpecito diminuto que había sufrido ya tantas primaveras. Parecía que le tocaba levantar ya cabeza y dejar atrás los problemas, creíamos todos que iba a poder, por una vez, mirar hacia adelante y sonreír con las más sinceras ganas hasta el momento. Pero en cambio, casi llegada la primavera al final de un invierno que no quería terminar su período, de nuevo una tormenta emocional se cernió sobre la pobre mujer que tanto había luchado por dar lo mejor a sus hijos, para que todos fueran algo en esta vida podrida que no deja uno vivo. La abracé con todo el cariño que pude y comprendí que no podía quedarme de brazos cruzados, ni siquiera secándole simplemente las lágrimas. Horas más tarde seguía dando vueltas por la calle, sola y a la intemperie de una lluvia que no me perdonaba, y me mojaba, como intentando hacer la melodía de una canción que hiciera compañía a mi estado de ánimo. Al tiempo que caminaba mirando a cualquier parte y a ningun sitio, grité al cielo en silencio, miré a lo alto y suspirando rogué encontrarla. Ella era la causa de tal grande dolor, ella es hoy la causa de lo que escribo a prisa y corriendo. Una chavalita que, con solo catorce inviernos a sus espaldas, había decidido abandonar su vida a la suerte de sustancias que la atontaban, solamente porque le parecía divertido, mientras su familia, la que le quedaba, la que estaba por ella, se deshacía en pedazos, y gastaba la suela de los zapatos buscándola durante horas por toda una solitaria ciudad en la cual nadie quería pasear cuando las nubes coronaban el cielo. Parecía que ella no entendía, parecía que mamá no sabía como decírselo en un idioma que ella pudiera entender. Parecía que el egoísmo la había llevado a tal extremo, que lo único que le importaba era verse bonita cada día en el espejo, con cantidades excesivas de maquillaje, con ropas no apropiadas, con un perfil falsamente moldeado a su concepto de "guapa". Entonces grité yo también, mordiéndome los labios para no ser oída, mientras lágrimas o lluvia, o quizá ambas, corrían por mis sonrojadas mejillas. Un cigarrillo tras otro para paliar el estrés, la ansiedad, el dolor. Como si en aquella nicotina que tiempo atrás empezó a acompañarme fuera a darme una respuesta a lo que estaba sucediendo. Pero nadie podía dármela, porque ni siquiera ella sabía qué estaba haciendo, algo de lo cual no me sorprendo, pues solo es una niña todavía. Cierto que la vida le hizo daño, que quizá el Dios al que rezo fue injusto con ella; pero también con los demás, quienes seguimos a pie de cañón, intentando corregir nuestros errores. Tiemblo cuando pienso que soy la única esperanza de todas las hermanas, tiemblo porque creo que fácilmente podría aún decepcionarla yo también. Y entre estos mensajes de "no le falles" busco una salida a todo este dolor, algo que me diga que todo saldrá bien. Pero me miento a mi misma y lo se, con lo cual no puedo mentirme, pero si a los demás. De nuevo sonrío a quien esté a mi alrededor, mientras por dentro muerdo mi corazón para que no llore, porque quizá esta es la manera de ser fuertes. Cogí su camiseta con fuerza, para no tener que salir corriendo detrás de ella por una calle mojada que iba a tirarme patosamente al suelo. La subí al coche, callé. Ante una de sus estupideces grite "¡¿es que no sabes abrocharte un puto cinturón?!" Pero de improvisto una mano agarró mis dedos, y al girarme sus ojos me calmaron, junto a un susurro que decía algo así como "tranquila". Entonces aprendí que si alguien te dice "llámame si me necesitas" debes llamar, porque solo así sabes quien está ahí de verdad. Con paso lento Dios sabe por qué, y cuánto había consumido esa criatura para estar en ese estado, de ojos entrecerrados y labios cerrados, con lo soberbia que ella es. 
Poco a poco mamá se consumía, con cada uno de esos gestos, con cada respuesta mal dada. 
Pero la puerta estaba abierta, y las ganas de retener a quien no quería permanecer a nuestro lado eran más bien nulas. Y con un gran peso en el alma, y el corazón en la mano, callamos mientras se iba en busca de su nueva vida, aquella que tanto perseguía, aquella que creía que la llevaría a la gloria. Todos sus sueños deshechos, todas sus ganas de volar. El recuerdo de la niña que fue, la que creíamos que llegaría a ser. Aquella a la que nos comíamos todos con los ojos cuando era pequeña y aún tenía un buen corazón. La misma que decia "no llores" con voz de niña pequeña, en el regazo de mi madre.
Así es como supimos que la vida puede cambiar a las personas según lo que les da, pero está en cada uno elegir de quién quieres rodearte y cómo quieras luchar contra el dolor del pasado, para labrarte un buen futuro, o quizá simplemente, para no hacer daño a quien te dio la vida. 

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