y del veneno que sus labios contenían.
Pero aun así pequeña masoquista
aceptaste con un si rotundo
con una amplia y sincera sonrisa
y te alejaste en sus brazos del mundo.
Qué bien te supo su boca, en el pecado
qué dulce el amor que te brindaba
y sincero el calor que te daba su regazo.
Fue efímero durante horas el amor
basado en recuerdos, en preguntas,
qué tierno calmar con tus manos su dolor
dejando a un lado todas las dudas.
Su olor había cambiado, era nuevo
los dedos de sus manos agarrando,
jugando, con fuerza entre tu pelo,
era él, pecado que te estaba salvando.
El cuerpo te temblaba, puro nervio;
entre las suyas tus piernas delatadoras
no cesaban su movimiento, y en silencio
acariciabas su torso, a palabras rotas.
El cuerpo te temblaba, puro nervio;
entre las suyas tus piernas delatadoras
no cesaban su movimiento, y en silencio
acariciabas su torso, a palabras rotas.
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